El piano de la abuela ana
El piano de la casa de la abuela Ana, doña Anita Velilla, mi abuela paterna, me fascinaba. A mí y creo que a toda la familia. Cuando tenía once años me entró la neura porque yo quería aprender a tocarlo, entonces mi prima C.I., la mayor, se animó a enseñarme, y recuerdo que los sábados por la mañana, con ese sol y ese calorcito del Medellín de aquellos años 80, eran una delicia. No aprendí un carajo, aunque con toda mi cara hice invitaciones y senté a buena parte de la familia a ver mi debut (me and my movies). Eso no se aprende así como así, como mis tías, las cinco (aunque nunca supe si la Sor sabe tocarlo, ¿lo has hecho alguna vez, Sor?) que se sentaron ahí desde chiquitas. Ni a ella ni a la abuela las vi tocarlo. Mis tías.
Recuerdo las teclas amarillentas, las de la izquierda estaban más blancas. Recuerdo su textura, y su sonido. El piano de la Abuela Ana sonaba lindo. Sonaba a esas mañanas de sol. A mi Tía Chis que dejaba de fregar las baldosas amarillas y rojas o de regar las plantas frondosísimas de los patios,o de dedicarse a la política, y se ponía a tocar música que no he escuchado nunca más, ni en Radio2 Clásica, tan pesadito que es mi padrecito con ella. Y recuerdo también que se ponían ella y mi tía Ester, Tey, a tocar a cuatro manos, o con Sofi... con su peculiar manera de llevar el ritmo de la música (¡!). ¿Rut tocaba el piano? ... Todavía me emociono. Mis tías.
Recuerdo mucho ese piano, y el sonido de la maderita donde se apoyan las partituras cuando se plegaba, y hasta las letras de la marca, aunque no la marca. ¿Me lo dirás, Perico de los Palotes? Y hasta recuerdo el peso de la tapa cuando tenía que cerrarlo, y el miedo que me daba que mi pillara los dedos. El piano negro de la casa de la Abuela Ana. El piano. Me emociono.
(Una de las pianistas habituales)
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