Calendarios y climatología
Hace noventa y dos días ya era de noche y mi copiloto se bajó del coche, me miró a los ojos después de darme dos besos furtivos en la mejilla mientras conducía y se despidió. Los dos sonreímos, desde el alma, supongo. No lo he vuelto a ver. Principe Pío y todas esas calles repletas de coches estaban iluminadas, atestadas de gente y hacía mucho viento. Y frío. La AEMT se equivocó para esa tarde de primavera en Madrid.
Cuando el copiloto cerró la puerta, se terminó la canción que él venía cantando y medio bailando y siguió la que pongo aquí abajo. Sin tristeza, sin nostalgia, con una leve sonrisa y con esa sensación extraña de quien no sabe que todo de repente va a cambiar, y sin embargo sabe que ha sido medianamente feliz aquella tarde, repetí la canción durante cien kilómetros.
Hoy he caminado sin sombra con mi Braulio cegatón a medio día, bajo el sol, por camino de tierra, entre amapolas, con la cabeza alta sin miedo a las culebras, y hablando sola. Después cayó una tormenta y desde el coche a mi casa, Braulio y yo nos mojamos. Me dio frío.
El clima y su variantes. El calendario y sus variantes. El reloj. Todo relativo. Todo cambia. Si algo he aprendido del I Ching durante estos 92 días que llevamos de conocernos es que todo cambia, no hay movimiento sin calma previa y viceversa, espera sin acción y viceversa. La vida, me la imagino cada vez que abro ese libro, es como una batalla con ejércitos vestidos como los de Xiam, donde importa el cielo, la dirección del viento y cómo sale el sol, o la luna. Una guerra con treguas más o menos duraderas. Cruel, pero atractiva. Satisfactoria si ganas, interesante si pierdes, porque después de las derrotas vienen las victorias, y viceversa. Consuelo de tontos, para resignados. Hoy amanece con sol y por la tarde llueve. Hoy hace noventa y dos días, mañana tal vez sea el día 1, y otra vez. La vida.
(Me gusta la luz que hay encima de los cielos de tormenta)
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