La buseta

Hace unos cuantos días que hablo mucho con 23. El otro día le pregunté por su niño preadolescente y me dijo:

- Bien, pero tiene que aprender a ir más en buseta.
- Si, por supuesto, no sea que se le presente la mujer de su vida en una y él ni se entere.
- Claro - me respondió 23, y yo hasta creí escucharle ese acento bogotano con aquella voz que me enamoró precisamente en una buseta cuando yo tenía 15.

En aquellas busetas pulgosas (sí, alguna vez ví una pulga subiendo por la falda de paño de una señora) y tercer mundistas unos cuántos elegidos vivimos grandes historias. Me permito la licencia de idealizar. Para los que no tenían que coger la buseta porque vivían cerca del colegio, nosotros éramos valientes, mayores, básicamente. Y a una le daba un vuelco el corazón cuando podía compatir la media horita de recorrido con alguno de aquellos chicos "interesantes", como ella, por supuesto, que vivían en otros barrios. En Bogotá la sensación de dispersión me encantaba. Era una ciudad donde las casualidades eran probables, tal vez porque todo era improvisación. En aquellos tiempos (no sé si en los de ahora) no había paradas, así que todo dependía de la suerte de que el conductor parara cuando uno hacía señal para que parara.
Bogotá. Así conocí a 23. Llamémosle G.
Ayer me dijo que no se imagina de ningún sitio que no fuera Bogotá.
Y te voy contar, G., sin pudor alguno, si es que mi falta de pudor es comprensible, que paso de explicar que en las busetas hablaba con JC y que todo parecía bonito, perfecto y divertido, unos pocos elegidos para salirnos de todo lo que considerábamos... no sé.
Adolescentes.

Me acuerdo, G, que por vos aprendí a ver ese color del atardecer en Bogotá, el azul nocturno, los pronósticos que anunciaban tormenta, la Ciudad de la Furia de Soda, todo. Y lo eché de menos, al azul y a usted, (y a mis veinte películas más, promiscua escritora de cartas que se conservan, dicen), cuando me vine a España. Se me quedó Nagore metido en la cabeza, ya ves, ayer te contaba que escribiste sobre él, cómo fumaba, el humo... me imagino un sofá orejero, un pobre pendejo geminiano que se escurre y deja que todo se escape. Pobres pendejos exploradores de tierras lejanas, militares o expertos oradores. Se escapó.
"Me verás caer.... sobre terrazas desiertas... sabrás ocultarme bien y desaparecer entre la niebla". Fueron tiempos de eclipses en el cono sur, de viajes que parecían absurdos, de Lunas Rojas, y de estudiantes de literatura que parecían salidas de la cabeza de Sábato. Esas historias no se vivían aquí. Y me callé. Mejor así. Nos habríamos perdido nuestras charlas nocturnas veinte años después y las certezas sobre lo que pudo ser. Lindo que guardes las cartas. Yo también.







Comentarios

Pecosa ha dicho que…
Te juro que me he metido en Blogger pensando: " A ver... Venga, a ver si Pi se ha escrito algo, que me hace". Mira por donde, había post de Pi.

Me has amenizado este ratito con tus busetas y tus recuerdillos.

Pero hija, luego bajo y veo que adjuntas la canción de Soda Stereo, casi me muero. Un temazo.
Emilio Ruiz Mateo ha dicho que…
Te leo y te extraño desde la ciudad de la furia, la de verdad. Aquí no son busetas, sino colectivos, pero sospecho que también guardan un mundo aparte...

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