Conmemoración y escenas épicas
El 6 de diciembre de 2006 amaneció espectacular y, aunque no hubiera sido así también habría hecho lo que hice. Me fui N110 más allá del Barco de Ávila, llegué al puerto de Tornavacas, paré, miré, flipé, hice una foto y seguí carretera abajo. Me tomé un café en el primer bar del pueblo, eché uno vistazo a los cerezos que algún día veré florecidos y dí señales de vida, las madres, la carretera, ya se sabe.
(Que no tengo photoshoooop...)
Después dí media vuelta, hasta que la misma N110 me dejó en el desvío al puerto de Chía. Chía es un pueblito muy mono a... no sé cuántos kilómetros de Bogotá. Curioso. Me hizo gracia. Me desvié. Le pregunté, por supuesto, a un par de lugareños por dónde llegaría al otro lado de la montaña, y ellos me dieron las instrucciones pertinentes y respondieron, como la gran mayoría de los "lugareños" que me cruzo por estos pueblos, a la pregunta de si se podría pasar a pesar de estar alto y ser invierno: "jajaj, ese coche pasa por donde quieras, guapa!". "Ya, el problema es saber hacerlo pasar", suelo añadir yo. Y subí. Y subí. Y flipé. Hice fotos, malísimas, empecé a ver la nieve, empezó a ponerse el sol. Pasó un Defender cuyos tripulantes me miraron raro. Y yo a ellos por eso mismo. Y después de un rato, cuando estaba emocionada con el paisaje y quise dar señales de vida: no tenía cobertura. Si me caía barranco abajo, a nadie, absolutamente a nadie se le ocurriría buscarme por esa zona. La última noticia de mi vida se había quedado cien kilómetros al oeste, y las asociaciones nostálgicas de Chía, como que no. No pasó nada, salvo que empecé a pensar en qué cosa es la vida.
El 6 de diciembre de 2005, también amaneció espectacular, y sin salir de casa, sin arrancar un coche, casi casi sin ponerme las gafas, mi vida cambió. A pesar de la cobertura, de estar bajo techo, segura, con sol y acompañada, pasó todo.
El 6 de diciembre de 2007 no sé cómo va a amanecer porque apenas son las cero y pico. Ni una hora hace. Y sin embargo, en mi vida, a estas alturas pasan cosas. Y como tengo la manía de montar pequeños templos, de no olvidar las fechas y de conmemorar los hechos trascendentales, pues ala, éste es uno de los más importantes de mi vida y aquí estamos. Sin tristezas, sin sensación de derrota, asimilada, superada y sin miedo a quedarme en casa en este día señalado, entre otras cosas por ser San Nicolás, el santo de mi niño que nunca celebro. Ahora, desde este sofá beige vestigio de batallas ( y me voy a poner épica), pero desde otro campo donde no he librado guerras de esas a las que conduce el amor (lo siento, tiendo a pensar que el amor es finito, y los finales importantes tienden al drama), desde aquí, con gafas y pijama con chorrete de colacao (no es mi intención resultar atractiva a estas horas, señores), me veo desde fuera y sonrío. Sonrío porque recuerdo también aquella mañana del 13 de mayo de 2006 en el que, con el sol en el café, volví a escribir, y sobre todo porque a estas alturas siento como un extraño sosiego rodeado de dinamita. Qué vértigo, qué emoción, cómo se pone la piel de gallina con sólo pensar en una mínima chispita. Una mínima chispita.
Comentarios
Pues... Ten cuidado con la gente que fuma, ejem.
Y buen puente.
Y a los anirversarios, no les hagas tanto caso. Son sólo vueltas de un pedrusco alrededor del sol.
y en cuanto a recordar fechas, yo creo que las marcan un antes y un después sí hay que recordarlas, creo que es un sano ejercicio para comprobar y comprender que la vida, (afortunadamente), no es estática, y a veces, ni estética
No, bien lo sabes... Pero creo que mami guarda algún bote con nitroglicerina en el congelador, entre la menestra y los percebes (ja, las ganas mías...)
Pues aquí ha amanecido un día de esos agilipollaos. Pero después de tu touch-of-charm con lo del churrete de Cola Cao por mí ya puede romperse el cielo, yo me he ido de viaje astral con tus palabras y, total, hacia arriba no llueve (menos en Nueva Zelanda)
Y me alegro de que amaneciera... que no es poco :-)
Mil besos