Veinte líneas
Acabo de volver de la casa de C. y, en la carretera de las culebras, casi atropello un jabalí.
En el camino de ida y vuelta a la casa de M.H., en cambio, no ha habido novedades, salvo que ya no iba en la Hiluxión, como hace un año y pico, cuando fui por primera vez. Aquella tarde de primavera, tal vez principios del verano, no recuerdo exactamente, entré por primera vez después de seis años de curiosidad por verla, y tuve esa rara y poco frecuente sensación de saber que no querría irme. El poder de las casas. La casa de C. y la de M.H. tienen un aire. Y sus vidas. Cada uno a su manera. La vida es curiosa, este post es críptico, y ya estoy aburrida de que todo lo que he escrito hoy se haya ido a la papelera. No salen las palabras.
(En la casa de M.H. el estilismo está presente hasta en las ratoneras, una monada)
Comentarios
Un beso y muy cucas las ratorenas, si señora.
Otro beso.
Un saludín, pí!